Y por fin vimos el resultado. Tras las últimas pruebas y arreglos para que la falda estuviera perfecta, una semana antes de la fecha de la boda por fin pude llevarme mi vestido a casa.
El 16 de septiembre llegué al Palacio de Villapanés, donde pasaría mi última noche de soltera, junto a mi madre.
Coloqué algunos objetos en mi habitación, mi agenda de la novia que tanto me había ayudado, las fotos que me acompañaban y, por supuesto, el vestido. Ahí colgado en el portón de la habitación 213 parecía aún más delicado y precioso.
No quise que fuera blanco del todo, no sé porqué en mi cabeza siempre lo imaginaba plata, así que buscamos el satén fino perlado para el top y la falda que iría debajo del encaje.
Creo que el vestido se construyó en función de los zapatos, y no al revés. Siempre había soñado con tener los Hangisi, de Manolo Blahnik. Mi padre quiso regalármelos cuando terminé mis estudios pero entonces pensé que quería un regalo más ‘académico’, algo que me diera suerte en mi carrera profesional y le dije, “espera a cuando me case”. Y, aunque el tenía intención de regalármelos, el novio se adelantó en nuestra pedida.
Lo cierto es que me dolían desde que me los probé… salvo el día de la boda. Como si pisara las nubes, aguanté con ellos hasta el final.
Desde el principio la idea fue completar el vestido con un velo de mantilla, pero en el último momento, vimos que quitaba protagonismo a la falda. Recordé esa frase de Chanel de ‘antes de salir de casa, quítate uno o dos accesorios’ y decidí llevar simplemente la tiara de la familia del novio. Era espectacular y lucía por sí sola.
La otra joya fueron unos brillantes de mi tía abuela, unidos a unas preciosas perlas y, por supuesto, mi anillo de pedida.
El toque final lo ponían estos mitones de tul de Cortana. Mi ramo y el de los pajes fue obra de Leo Campos.
Del maquillaje se encargó Quino Amador, y del pelo Alvaro Torres.
También se ocuparon de mi madre y mi hermana, que se vistieron conmigo.
Esta foto de los momentos previos es una de mis favoritas…
Quería que el pelo me quedara muy natural, como lo llevo yo a diario, incluso pensé en llevarlo suelto con ese efecto ‘sin peinar’ mío, pero Alvaro y Quino me recomendaron darle algo de forma para estar a la altura de la tiara.
Mi madre iba vestida de Ralph Lauren y mi hermana de Etxart & Panno, pero a eso ya le dedicaré un capítulo en el próximo post de invitadas.
Recuerdo que no tuve consciencia del tiempo hasta que le pregunté a Sara qué hora era. “La una menos cinco”, me contestó. Faltaban cinco minutos para pasar por el altar. Ahí, en ese momento, me llené de nervios y la emoción. Mi madre y mi hermana fueron a la Iglesia y por fin, mi padre llegó a recogerme…
Y hasta aquí, sobre mi vestido… El resto de detalles os los contaré en ‘Sobre flores y champagne (II)’…
Feliz semana y feliz fin de septiembre.
(Todas las fotos son de Sara Lobla)
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