Inspiration

El vestido más importante de mi vida (I)

Hace ahora un año estaba inmersa en mi particular cuenta atrás… Esos días interminables, de alarmas a cada hora, post its en mi maltratada agenda y pruebas con regusto a champán y rosas (manicura, tarjetones, flores y más flores…). Y ahora, doce meses después, tras haberlo vivido, reposado, compartido primero y en primera persona con todos los que había a mi alrededor, me apetece muchísimo compartirlo ‘con el mundo’.

Y como éste es un blog de moda y de cosas bonitas, hablaremos principalmente de lo inevitable;   el vestido, el secreto mejor guardado de la novia. El  más sencillo del mundo, y a la vez, el que más tiempo me costó y más trocitos de mí me llevó.

IMG_5437Para empezar, me resulta imposible encuadrarme en un solo registro. “Yo no me adscribo a ninguna tribu urbana” dice Alvaro con retintín cuando me imita. Pero es verdad, el batiburrillo de ideas que azotaban mi cabeza iban desde el  minimalismo  de Carolyn Bessete o el clasicismo de los vestidos de Alta Costura de Chanel (esos hombros estructurados, el tweed, las perlas) a la tendencia australiana del encaje en clave boho que a la vez conectaba de maravilla con mis raíces sevillanas. En esta vorágine de ideas me sumía cada sábado por la mañana, intentando sacar algo en claro.

De repente un día, entre las miles de revistas, encontré una foto de un modelo de Chus Basaldúa, de sencilla camisa y falda de plumas y sentí un flechazo total.

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Sin pensarlo, pedí cita (el taller estaba en mi misma calle y eso lo consideré una señal) y esa semana me enfundé en el conjunto… pero surgieron las dudas. ¿En serio voy a vestir plumas en pleno Septiembre en Sevilla? Desde luego, no era la mejor de las ideas. ¿Posponer la boda a invierno? Ana se te está yendo la cabeza… Lo descarté, al igual que un modelo similar que encontré en Pronovias. Anoté mentalmente para consolarme: “Esto te quedará mejor con más solera, dentro de 20 años, para tus bodas de plata” Y así, guardé algo decepcionada mi primer recorte nupcial en mi cajita de inspiraciones.

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Tras este primer round y convencida por mis amigas de Madrid que querían una boda con folclore andaluz,  comencé a trabajar en la idea del encaje. Quería quitarle la parte más tradicional, imaginaba algo muy romántico, ajustado, un look años 40 sofisticado…

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También veía que había una tendencia (recomiendo la web The Lane) del encaje en un estilo más bohemio pero muy romántico y apetecible. ¿Podía encajar?

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Comencé a enviarle toda esta inspiración a Maruca, del taller Etoile. Una amiga en común me puso en contacto con ella y desde el principio conté con ella para la realización de mi vestido. Maruca, a parte de gusto innato, tiene paciencia infinita y aguantó mis vaivenes de muros de inspiración, retales, fotos y demás.

Con esto, comenzamos a buscar los encajes en Jose María Ruiz y a definir un poco la línea.

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La cosa estaba empezando a tomar forma así que le pedí a mi madre que viniera a Madrid a ayudarme a elegir la tela definitiva. Decidí que  sería bueno probarme algún vestido ya confeccionado de encaje y aquí fue cuando vino la sorpresa.

No me gustaba en absoluto lo que veia en el espejo. Supongo que los encajes que me probaba no eran tan delicados como los que pensaba escoger, pero desde luego, ésa del reflejo no era yo. O al menos no en mi mejor momento. Quizás estos vestidos se vuelven elegantes en modelos espigadísimas o en princesas, pero en mí no tenían sentido alguno. La idea creativa en la que habíamos trabajado se iba al traste.

Entonces recordé un vestido de Delphine Manivet que me había probado al comienzo, en Love is in the Air. A pesar de que me parecía ideal, lo había descartado porque me parecía más apropiado para una boda en el campo o en la playa que para una misa tradicional en Los Gitanos. En cualquier caso, llevé a mi madre a que lo viera.

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Cuando me lo vio puesto, dijo las palabras mágicas que toda novia espera que se materialicen en la búsqueda del vestido: “Ana, esa eres tú”.  Y sí, tenía toda la razón. Sin embargo, la idea de llevar algo prêt à porter que ya habían llevado o elegido otras personas para su día especial no terminaba de convencerme. De nuevo, salí de allí llena de dudas.

A la mañana siguiente, con todo este caos, nos presentamos en el taller de Maruca y le contamos la situación, las dudas con el encaje, lo bonito que era aquel vestido tan sencillo, lo que me gustaba el lencero pero también las faldas importantes… y por fin, después de horas dandole vueltas, vimos la luz.

Trabajaríamos en un vestido a medida, siguiendo la idea de top lencero y falda, pero haríamos un top más comedido para una ceremonia religiosa y una  falda  con más protagonismo; encaje y drapeado para aunar así todos los elementos que me gustaban. De repente, todo encajaba. Todas las piezas del puzzle se juntaban. Yo siempre he llevado faldas especiales (brocadas, de encaje) con cuerpos súper sencillos, incluso camisetas de algodón, para eventos señalados. Siempre ha sido uno de mis combos favoritos. Así que la idea era 100% yo pero unía todas esas referencias que estaban en mi cabeza.

El complemento final sería la tiara antigua de la familia del novio y una mantilla… Pero aquí también habría sorpresas. Aunque eso ya lo contaré, el caso es que teníamos por donde empezar.

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Las fotos son de Ana Encabo, los bocetos y moodboards son propios.

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